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Mi alma, por haber tenido que vivir en Siena, será triste para siempre. Llora aunque yo haya olvidado las plazas donde el sol es peor que el agua dentro del pozo y donde nos atormentan hasta la desesperación.
¡Ah, mis escalofríos al temblor blanco de los olivos! Y cuando me quedaba quieto hasta más de una hora sin saber por qué al volver una calle, y la gente pasaba por mi lado y me parecía que ni la veía.
¡Ciudad, donde mi alma pedía limosna, pero no a la gente! ¡Ciudad, cuyo cielo me parecía sangre!
Desde la hacienda, mis viñas descendían hasta una de sus calles, y el alma de la que será para siempre mi novia me hacía compañía en el silencio enloquecedor; alguna de mis palabras, que escribía deprisa, había sido mi alivio durante más de una larga semana.
Bestias, de Federigo Tozzi, es un conjunto de fragmentos que aparentemente tienen una sola cosa en común, en todos ellos aparece, de forma casual o secundaria, un animal. Los fragmentos que abren y cierran el libro se unifican por la presencia de la misma ave que tiene un valor simbólico: la alondra, el pájaro de la armonía, del acuerdo entre hombres y naturaleza. El primer fragmento describe la dificultad de la alondra para adaptarse al mundo dominado por el hombre; en el último, el hombre llama a la alondra para entregarse a ella. El conjunto podría definirse como una novela de la ciudad de Siena y de los campos de Toscana, con sus calles y plazas, y de los hombres, animales y objetos que la pueblan. Hay en Tozzi un respeto y una atracción por la naturaleza, tanto urbana como rural, incluso en sus aspectos más crueles, y un reconocimiento que resulta extrañamente moderno por su sentido ecológico: el de pertenencia a esa comunidad natural que le atrae tanto como le repele. Fue el crítico Giacomo Debenedetti quien reconoció en Tozzi una innegable voluntad narrativa, que en realidad «forzaba al fragmento a convertirse en piedra y ladrillo de un edificio»: a la construcción orgánica de un texto hecho de teselas que forman un mosaico, en sintonía con otros autores de su tiempo, como Luigi Pirandello o Italo Svevo, todos ellos implicados en este «tiempo de edificar».
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