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Hace seis generaciones, un antepasado de Leo Bassi luchó con Garibaldi antes de crear uno de los primeros circos modernos. Más recientemente, su padre, famoso malabarista, trabajó en Estados Unidos (donde nació Leo en 1952) con Groucho Marx, Louis Armstrong y Ed Sullivan. De su familia, Leo Bassi ha heredado los trucos del oficio, aunque, más que seguir una tradición teatral, su propósito es mantener vivo el espíritu provocador que ha sido el sello de los Bassi. Para Leo, el espectáculo es una experiencia apasionante, sensacional, estremecedora.
Leo Bassi tiene algo especial. Por eso, no es de extrañar que haya vivido sucesos extraordinarios y situaciones absurdas, cómicas e incluso peligrosas: el 1 de marzo de 2006, un empleado del teatro donde actuaba descubrió una bomba incendiaria. La mecha estaba encendida y el artefacto ubicado sobre una pila de miles de viejos carteles rociados con gasolina. Nunca se descubrió al autor del atentado.
En 2005, en Río de Janeiro, Leo se mezcló entre cinco mil fervorosos evangelistas. En sus manos, nada más y nada menos que una pancarta en la que podía leerse: «No creo en Dios, pero sí en los filósofos y en la ciencia. ¡Viva Sócrates!». Entre gritos de ¡A la hoguera! fue rescatado por la policía. En 1991, en Kazajstán, se hizo pasar por viceministro del Ministerio de la Risa de la CEE, y acabó dando una conferencia ante más de tres mil estudiantes: «La Risa y el Libre Mercado».
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